sábado, 6 de agosto de 2016

Entre milenios y Bicentenarios / El estadio del Espejo (II)


Huellas arqueológicas lejanas más allá de remanentes óseos o de carbono 14 encontramos en la estructura de los lenguajes -más de sesenta aún en Colombia, cientos en toda latinoamérica- o en el mapa genético, pero son intangibles. Para observar evidencias materiales podríamos buscarlas en el estadio del espejo, la huella psíquica que marcaría la diferencia entre el mono y el Homo Sapiens Sapiens, entre naturaleza y cultura.



Jacques Lacan (Écrites:1977) describe esta etapa como formadora de la función del “yo”: un bebé, entre los seis y los diez y ocho meses, apenas superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce sinembargo su imagen en el espejo… en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, con su propio cuerpo, con las personas y objetos que están junto a él.

Desarrollando ese principio psíquico expuesto por Lacan, es a partir de imágenes como nos proyectamos hacia nosotros mismos y cada grupo social en su época escoge la forma de mirarse y reflejarse, va proyectando su imagen que llega o no a perdurar en el tiempo. Así la iconografía precolombina también fue presente, espejo de sociedades que escogieron cómo verse a sí mismas, a través de la estatuaria, el oro y la cerámica, con proyección cultural y autoestima recreando su imagen más allá de su Historia.

Convendría entonces volver a mirarnos en la historia, desde el aula escolar hasta la televisión -y la Internet- de cada día, reflexionando sobre las frustraciones históricas que el profesor López de Mesa en su “Escrutinio Sociológico de la Historia de Colombia” (1970), resumía en seis: 

i) Cuando la indescifrable cultura megalítica de San Agustín se interrumpe;


ii) Cuando los cacicazgos y federaciones precolombinas sucumben ante la conquista española; 


iii) Cuando la Expedición Botánica organizada por el sabio español José Celestino Mutis, a fines del siglo xviii y principios del xix, se rompe en las guerras y los patíbulos de la “emancipación”;


iv) Cuando en 1830 se disuelve la Gran Colombia, principio de unidad Americana con las Repúblicas de Venezuela y Ecuador;


v) Cuando la Guerra de los Mil Días y la consecuente separación de Panamá a comienzos del pasado milenio, y


vi) ...desde la violencia política que se reinicia a mediados del siglo xx,  tras el asesinato de Gaitán... 


Así escribía en 1970 el ex-ministro de educación López de Mesa, sobre la última frustración, una guerra que aún en 2016 algunos no se deciden a terminar.


Quizá sean la riqueza geográfica, la bio- diversidad, o la pluralidad de historias étnicas lo que se enfrenta y no ha permitido atravesar el estadio del Espejo, como Nación, quedándonos anclados en la dolorosa etapa de formación de identidad.


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miércoles, 3 de agosto de 2016

The Mirror Stage (I) El estadio del Espejo

What is Ser Colombiano ? Or ... Being Latin American?

Pre-Columbian iconography, television and now the Internet perhaps are each one Expression of its time in the way of Jackes Lacan, a process that the French psychoanalyst called "The Mirror Stage", a necessary period in the formation of identity, in the projection of " I " that in the collective history we called Nation, a feeling that genres some question:  What is Ser Colombiano? Or What is Being Latin American?, a paragraph answered more known to us, though diffuse, the one given by an Argentine, Jorge Luis Borges: To be Colombian is an act of faith.




In just five centuries we colombians have had several names, it shows the difficult transfer in search of identity: at their arrival Europeans called us occidental “Indians” with all pre-Columbian natives, the West Indies, because of Europe thought they had reached Asia by the "other side". 

Then we were christened the New Granada with Spanish pomp, to be like the old Spain, like the cross and the sword; later, wanting to let go and stand out from the peninsular Spaniards we think of la gran Colombia (the Great Colombia), to redeem and compensate the Admiral oblivion without pomp and bury the enigma of Columbus, suddenly overshadowed by the cartographer Vespucci, Americo; and pride reached until 1830 when we separated from Venezuela and Ecuador.


With the Constitution of 1853 that tried to enshrine press freedom "without restriction" and free carrying of weapons, a Constitution for angels as then called it Victor Hugo, we dream to become the United States of Colombia up to La Guerra de los mil días (the Thousand Days' War 1898-1901) when we lost to Panama, being called since 1886 the Republic of Colombia. Then to native ancestors we begin calling them "Indians" and something contemptuously for all who were not white nor would feel like those ones; the black slaves brought from Africa, today Afro- Colombians, and all native-born Colombians,  archaeological artifacts like gold and clay figures, precolombinos.




How old are we Colombians and South Americans?

We would have only about 200 years, the Bicentenario of each country, to whom identify Nation with Republic, a legal notion that the legalistic spirit of sixteenth-century in Spain, with the sword and stamped paper, we inherited alone with se obedece pero no se cumple ("is due but not fulfilled"); for others, in a more sociological than legal sense, as a nation would have more than 500 years, those who have gone after Europe "discovered" us.


But if a nation cannot be defined separately from its immovable and permanent heritage that is its geography, the Colombian nation and all South American´s  have more than the 12,000 years the traditional academy considers the beginning of America´s peopling, through the Bering Strait, date overcome after linguistics and molecular studies on  archeology based on DNA analysis, whose advances mentioned Tom Dillehay of Vanderbilt University (the Settlement of the Americas, a New Prehistory: 2000) that makes us ask ourselves if history has to be rewritten?



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El Estadio del Espejo (I)

La iconografía precolombina, la televisión y ahora Internet serían cada una expresión en su momento de lo que Jackes Lacan, el psicoanalista francés llamó “El estadio del Espejo”, etapa necesaria en la formación de identidad, en la proyección del “yo” que en la historia colectiva llamamos Nación, sentimiento que nos genera la pregunta 

¿qué es ser Colombiano? o también 


¿qué es ser latinoamericano?, cuya respuesta más conocida para nosotros, aunque difusa, la ha dado un argentino, Jorge Luis Borges: 


“ser colombiano es un acto de fe”.




El estadio del espejo, sería la huella psíquica que marca la diferencia entre el mono y el Homo Sapiens Sapiens, que Jacques Lacan introdujo en sus Escritos hacia mediados del siglo xx,  su concepción del estadio del espejo como formador de la función del “yo”: se daría en un bebé, entre los seis y los diez y ocho meses, cuando sin inteligencia instrumental, reconoce su imagen en el espejo. Extrapolando, recordemos nuestra imagen como Nación.

En apenas cinco siglos hemos tenido varios nombres, muestra del difícil trasiego en busca de identidad: a la llegada de los europeos fuimos con toda la América precolombina, las Indias Occidentales, porque Europa creyó haber llegado a Asia por el "otro lado". Luego nos bautizaron con pompa castellana la Nueva Granada, para ser como la vieja España, la de la cruz y la espada; más adelante, queriendo desprendernos y diferenciarnos de los españoles soñamos la Gran Colombia para redimir y compensar el olvido del almirante y enterrar sin pompa el enigma de Colón, de pronto opacado por el cartógrafo Vespucci, Americo; así alcanzó el orgullo hasta 1830 cuando nos separamos de Venezuela y Ecuador. 


Con la Constitución de 1853 que intentó consagrar la libertad de prensa "sin restricción alguna" y el libre porte de armas, una "Constitución para ángeles..." la calificó entonces Victor Hugo el escritor francés, nos pensamos los Estados Unidos de Colombia hasta la Guerra de los mil días perdiendo a Panamá. 


Finalmente desde la Carta política de 1886 nos llamamos solamente República de Colombia. Pero étnicamente a los antepasados nativos los llamamos "indios" y algo así despectivamente a todos los no blancos, desde quienes se sienten blancos. Descendientes de esclavos hoy son afro- colombianos, los demás nacidos aquí colombianos, los artefactos arqueológicos -las piezas y figuras de barro- son el retrato de los abuelos preColombinos.




¿Cuántos años cumplen Colombia y Sur América?

Resultado de lo anterior, tendríamos solo alrededor de 200 años, los Bicentenarios de cada país, para quienes identifican Nación con República, noción jurídica que con el espíritu legalista de la España del siglo xvi, la de la espada y el papel sellado, heredamos también con el “se obedece pero no se cumple”; para otros, en sentido más sociológico que jurídico, como Nación tendríamos algo más de 500 años, los que han pasado después que Europa nos “descubriera”. 


Pero si una Nación no se define sin el patrimonio inamovible que es su geografía, la Nación Colombiana o la Sur Americana tienen más de los 12 mil años que la academia tradicional considera como el principio del poblamiento de América a través del estrecho de Bering, fecha superada tras estudios de lingüística y arqueología molecular basada en análisis de ADN, cuyos avances menciona Tom Dillehay, de la Universidad de Vanderbilt (The Settlement of the Americas, A New Prehistory: 2000) y nos hace preguntarnos ¿esta historia tiene que re-escribirse? 


Sí, aún no sabemos definirnos como colombianos, apenas acertamos a recordar la frase aquella de Borges, escritor argentino, sin conocer bien su origen que se remonta a un cuento suyo, “Ulrika” en el que nos hace el honor de presentarse como colombiano al narrar su encuentro con ella en la ciudad de York, en Noruega.


Ante Ulrika, ella “de furioso oro” y con “aire de tranquilo misterio” él, personaje de su relato se presenta como Javier Otálora, profesor de la universidad de Los Andes, en Bogotá, aclarando que es colombiano, a lo que ella pregunta de un modo pensativo: ¿Qué es ser colombiano?,


No sé – responde él- Es un acto de fe.


-Como ser noruega –asiente ella. 


Antes Ulrika ha recordado que “Inglaterra fue nuestra y la perdimos, si alguien puede tener algo o algo puede perderse”.



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martes, 26 de julio de 2016

Sur América ¿por qué somos olvido?

Karen Olsen, desde la Universidad de Cambridge ha postulado a Sur América como la zona menos conocida de este mundo. Tiene razón en cuanto a la ignorancia en el exterior sobre nuestro pasado, pero ¿por qué el olvido en nosotros mismos?


Algo grave, ha escrito Mauricio García de la Universidad Nacional de Colombia (Tener Presente el Pasado: 2007) recordando a Alexis de Tocqueville, pensador francés del siglo XVIII: “En aquellas sociedades en donde el pasado no ilumina el futuro, el espíritu marcha en las tinieblas”.  Labor difícil, expresa, porque América Latina es resultado de un choque cultural entre España y las civilizaciones indígenas que produjo una cultura en un estado de tensión permanente entre el “deber ser” que impuso el colonizador y el “ser” del colonizado vencido, tensión que para él generó una especie de esquizofrenia.

Ese olvido lo expresó en poesía Pablo Neruda con su Canto General (1968): “… El hombre Tierra fue, vasija, párpado / del barro trémulo / forma de la arcilla… en la empuñadura de su arma de cristal humedecido / las iniciales de la tierra estaban escritas /…Nadie pudo recordar después…”


Mirando hacia atrás, no desde la poesía, desde la razón, reconoce y critica la señora Olsen, que los académicos, de allá -y de acá, agreguemos- parten de un análisis etno-céntrico, el mismo de las élites conservadoras suscribiendo la visión del arqueólogo Británico V. Gordon Childe (1892– 1957) acerca de qué es “civilización”. Él partió de un análisis marxista: producción permanente con especialización del trabajo, poblaciones concentradas en centros urbanos, sociedad de clases con un grupo que controla los excedentes de producción y del trabajo para su beneficio, obras públicas monumentales como palacios, templos… son indicadores de “civilización”.

Gordon Childe incluyó otros elementos en su análisis: el conocimiento de los metales, el uso de la rueda y la existencia de escritura alfabética; con base en ello la academia -de allá y de acá, repetimos- excluyó el pasado precolombino como “civilización” temprana. El propósito del libro de Olsen (Ancient South America, Cambridge University Press, 1994) es un intento por rectificar esta visión presentando, en sus palabras “lo tremendo, único y aún exótico de la prehistoria de Sur América”. 



En verdad, hay errores de perspectiva, porque los preColombinos manejaron aleación de metales complejas -del platino con oro- antes que los europeos (Echeverry y Plazas; Secretos de El Dorado: 1989); conocían la rueda y los principios del círculo, aunque no usaron carros de tiro ni el torno para elaborar cerámica, como recuerda Sara Urazán en Cerámica, Imagen y Conocimiento (1999). Es cuestión de valores, de Patrimonio e Identidad cultural. Si no, Japón y China, sin escritura o memoria alfabética, están hoy todavía en la prehistoria.
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