Karen Olsen, arqueóloga de la Universidad de Cambridge, hace notar en su libro Ancient South America (1994) que probablemente sea ésta la zona geográfica menos conocida de este sobre explorado y sobre publicitado mundo. Comenta que para los escolares y los televidentes del mundo desarrollado, Africa ha llegado a ser tan familiar como el patio de su casa y aún las más remotas partes de Asia, pero Sur América sólo es mencionada por los desastres naturales o los gobiernos oscuros. Para ella es un enigma que mientras el resto del mundo tiene considerables lazos económicos -lícitos e ilícitos- con varios países suramericanos, sus gentes nos mantienen aparte de sus conciencias y son ampliamente ignorantes sobre nuestra cultura, geografía, recursos y especialmente sobre nuestro pasado.
Tiene razón la profesora Olsen en cuanto a la ignorancia sobre nuestro pasado, no solo por los extranjeros, por nosotros mismos. Ella argumenta que en Sur América, por más que parte de la academia en el exterior (y nosotros mismos) no lo considere así, sí hubo “civilizaciones” tempranas en el sentido de sociedades complejas, organizaciones sociales y políticas muy elaboradas, aunque diferentes a las de Europa y Asia, con religiones institucionalizadas, estilos artísticos internacionales y tecnologías desarrolladas.
Un ejemplo es que la fundición de los metales para producir la tumbaga -aleación de oro y cobre- necesitó procesos tecnológicos complejos, así como el que trabajaran también el platino uniéndolo al oro, aleación extremadamente compleja y delicada por las altas temperaturas necesarias para fundir el primero, “Prueba de lo anterior es que los metalarios europeos sólo empezaron a fundir platino hacia el siglo xviii” (Echeverry y Plazas, Secretos de ElDorado:1989)
En el mismo sentido hay distorsiones de perspectiva que la psicóloga y ceramista Sara Urazán menciona en su monografía Cerámica: Imagen y Conocimiento (1999): en América precolombina no se usó la rueda, mas no por desconocer el principio, funciones y posibilidades del círculo, sino porque en suelos cenagosos, montañosos y en selvas tropicales, no resultan prácticos los carros de tiro. Tampoco se usó la rueda -es decir, el torno- para la elaboración de cerámica; aunque su conocimiento de la rueda y de las propiedades del círculo aparece reflejado en juguetes de arcilla y en diseños gráficos, su utilización no fue mecánica, lo que permitió al alfarero una libertad casi infinita, sin dejar de experimentar y crear con la forma circular.
Parecería extraño relacionar identidad cultural con arqueología, pero son dependientes. La Ley de Cultura lo reconoce cuando señala que los remanentes arqueológicos (la cerámica por ejemplo) son patrimonio cultural “y deben divulgarse, para servir de testimonio de la identidad cultural nacional, tanto en el presente como en el futuro.” y hablamos de identidad cultural latinoamericana, porque entonces no existían las actuales fronteras administrativas y geopolíticas, la cerámica cumplía su función simbólica, utilitaria y ritual en toda la América precolombina.
La apropiación social a que se invita con este patrimonio no supone mirar al pasado como memoria de fechas y procesos, sino como vivencia estética en ambientes lúdico-pedagógicos y tecnológicos innovativos, contextualizados con este tiempo y esta geografía tropical en riesgo, porque parafraseando a Jorge Luis Borges, pasado, presente y futuro son uno solo: al presente de nuestro pasado lo llamamos memoria, memoria que ilumina el porvenir, porvenir que estará hecho de nuestra esperanza o nuestro miedo.
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